LA CARRERA DE FIN DE CURSO Todos los años cuando se terminaba el curso se celebraba una carrera muy importante en el colegio. Era una carrera de fondo que tenía una duración total de media hora, y que resultaba muy difícil ganar, tanto que de 100 niños que la iniciaban sólo 40 llegaban a terminarla. Se trataba de llegar desde la puerta del colegio a la escultura de D. José María Muñoz, en el malecón, un paseo precioso cuyas murallas servían para salvar a la ciudad de las frecuentes inundaciones que su río, llamado el río Segura, provocaba. La carrera era la ilusión de los niños del colegio.

Todo el año lo pasaban comentando: ¿quién ganará este año?, ¿volverá a conseguirlo Toñete? Y es que Toñete siempre, siempre ganaba. Era un niño muy grande y muy fuerte, que a pesar de ser un poco gamberro era el ídolo del colegio, ya que durante tres años consecutivos había conseguido el trofeo y era considerado el gran campeón. Esto hacía que cada vez fuera más engreído y chulo, y desde hacía un tiempo tenía un pelotón de compañeros, casi de esclavos, que le hacían los deberes, le llevaban la mochila e incluso le regalaban sus pegatinas o juguetes para que Toñete no les pegara. Si Toñete quería beber en la fuente, había que dejarle paso. En los recreos se hacía con los bocadillos más ricos, y los demás niños estaban obligados a darle la mitad de su almuerzo, y en el caso de que fuera de chocolate, ¡olvídate!, Toñete lo quitaba y se lo comía él entero.

Gabri, como muchos niños de la clase, estaba harto de él, pero ¡claro!, no tenía nada que hacer ya que Toñete era mucho más grande y más fuerte. Durante el año, Toñete como otros muchos niños del colegio se entrenaba para ganar la carrera. Corría con tanta fuerza e ímpetu que cuando llegaba a su fin, muchos de los otros niños no habían alcanzado ni la mitad del camino. Gabri soñaba con llegar a obtener el trofeo. Quería que sus padres y abuelos estuvieran orgullosos de él. Pero el problema era que siempre había sido un niño pequeño, que había nacido sietemesino, y era un poquito más bajito y menos musculoso que los demás chicos de su clase, aunque era un niño muy listo. Un día Toñete le dijo a sus padres: “me aburro en el colegio, ya no se qué hacer. Gano todos los juegos, y lo que de verdad me apetece es una video consola”. Y como era un niño mimado por sus padres, estos hicieron un esfuerzo y se la compraron para satisfacer su capricho. Mientras tanto, Gabri, que celebraba su cumpleaños ese mismo día, lloraba des“consola”damente. Sus padres no habían querido comprarle la “consola”. Decían que eso no le convenía, pues le tendría muchas horas entretenido sin hacer otras cosas más importantes, como correr, ir al parque o leer. Así que le regalaron un patinete, y aunque era muy bonito, amarillo, su color favorito, a él le decepcionó. No se trataba de una video-consola como él había esperado.

Toñete, por el contrario, iba todos los días al colegio con su nueva consola, dejó de entrenarse para correr, no tenía tiempo de esas cosas, ya que estaba entretenido con sus juegos. Durante el recreo ya no corría con los demás niños, se sentaba en un rincón del patio a jugar con la consola hasta que sonaba el timbre de vuelta a clase. Durante los fines de semana se le pasaban las horas con su nuevo juego. Sus padres estaban encantados, ya que así estaban mucho más tranquilos, Toñete ya no hacía las gamberradas de antes, todos eran más felices a su alrededor, incluso sus compañeros del colegio, ya no tenía tiempo de meterse con ellos, y la vida trascurría más agradable para todos. Además Toñete estaba contento. Seguía siendo el jefe, los niños le admiraban por ser quien tenía la consola, y todos le alababan con la esperanza de jugar con él.

Gabri, sin embargo, cada día estaba más contento con su patinete. Iba al colegio con él, corría cada vez más veloz, y se sentía más fuerte y más capaz de aguantar, sin cansarse, largos recorridos con el patinete. Cuando salía los fines de semana con su familia, iba hasta la catedral por las calles peatonales de la ciudad, corriendo con el patinete, y a veces, se lo turnaba con su hermana violeta, cuando Violeta lo cogía Gabri corría a su lado, y al revés. Ya se sentía más fuerte, sus piernas estaban más musculosas, y poco a poco estaba más seguro de sí mismo. Y conforme trascurría el año, Gabri se cansaba menos corriendo, mientras que Toñete, por el contrario cada día estaba más gordito y más apático.

El fin de curso llegó y con él, el día de la carrera. Todos los niños entrenaban con ilusión, excepto Toñete, que había perdido interés y pasaba las horas muertas con su consola, además decía: “si sé que voy a ganar, para que voy a entrenar”. A las cinco de la tarde, en la puerta del colegio, 100 niños con ropa de deporte se disponían a correr. Violeta, le dio un beso a su hermano Gabri, y le dijo: hermano, corre con todas las fuerzas que tú puedes incluso ganar, imagínate que voy a tu lado con el patinete. Y así, sonó el silbido y todos empezaron a correr y cuál fue la sorpresa de todos que Gabri, el niño que siempre había sido pequeño, comenzó a correr con gran velocidad y fuerza, mientras que Toñete, al poco tiempo de carrera comenzó a resoplar, le pesaban mucho las piernas y se encontraba sin fuerza para aguantar. Y ¿Sabéis quién ganó ese día?, pues fue Gabri, gracias al entrenamiento y la motivación de hacer feliz a su hermana Violeta. Recogió su premio orgulloso delante de sus padres y abuelos y como había soñado llegó a ser el ídolo del colegio. Garaulet, M. (2009). “La carrera de fin de curso”. Niños a comer: evita la obesidad del niño y adolescente,