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LA IMPORTANCIA DE LA COMIDA EN FAMILIA

LA IMPORTANCIA DE LA COMIDA EN FAMILIA


¡SAL DE TU HABITACIÓN! LA IMPORTANCIA DE LA COMIDA EN FAMILIA ¡Sal de tu habitación!, le decía su madre a Olga todos los días. Y ella con cara de pocos amigos salía obligada a las otras zonas de la casa donde solían estar sus padres y sus dos hermanos pequeños. La vida de Olga había cambiado mucho en los últimos meses. En casa habían puesto Internet, y había conseguido que su padre le regalara un ordenador viejo que tenía arrumbado en la oficina. Hasta entonces, había sido una niña muy sociable, le encantaba estar con su familia, ya que durante años había querido tener hermanos, y por fin, ¡no sólo había tenido uno, sino dos! Un niño y una niña, que aunque tenían 11 y 10 años menos que ella, la hacían muy feliz.

A Olga también le encantaba leer, y en casa tenían un salón muy grande donde solían estar todos juntos, leyendo o haciendo las tareas del colegio. Pero, poco a poco se empezó a distanciar de la familia. El ordenador le ocupaba todo el tiempo, con él podía consultar el Facebook o el Tuenti, o cualquiera de estos programas que le permitían contactar con sus amigos. Veía las fotos de la última excursión en el colegio, el nuevo corte de pelo de su mejor amiga, y podía acceder a toda la música que más le gustaba.

Todo esto era estupendo, pero verdaderamente había cambiado su vida. Ya no le interesaban las conversaciones de sus padres, los problemas de sus hermanos, y comer en la mesa con ellos le resultaba una pérdida de tiempo. Sus padres no sabían qué hacer. Era una situación nueva que se les escapaba de las manos, además sacaba buenas notas, y no tenían muchas razones para reñirle. Un domingo, a la hora de la comida, Olga le pidió a su madre que le dejara comer en su habitación. Se había bajado de Internet un capítulo de su serie favorita y no quería dejar de ver el final, su madre le preparó entonces un bocadillo, algo rápido que pudiera comer en su cuarto y no ponerlo perdido. No podía llevarle un plato de cocido de garbanzos que iba a comer el resto de la familia.

Esta situación se fue repitiendo, y llegó un momento que Olga hacía todo en su cuarto, estudiaba, escuchaba música, se relacionaba con sus amigos, dormía e incluso comía. Su familia se fue acostumbrando a esta situación y ella también. Ya no discutían por esta causa, todos se fueron habituando a la soledad de Olga. Un día discutió con sus amigas, alguien la había criticado. Parecían darle de lado. Sintió una soledad muy profunda y salió de su habitación en busca de su madre. Pero ésta no estaba, todos habían ido a comer a un restaurante.

Empezó a darse cuenta de que su familia hacía muchas actividades sin contar con ella. Parecían compartir muchos secretos que ella desconocía. Se percató que durante las comidas hablaban de temas triviales pero que en realidad eran importantes. Su hermana se quejaba de que su amiga le había pegado, su padre contaba lo que le había sucedido en la oficina, y su madre comentaba lo difícil que la había resultado concentrarse esa mañana en su trabajo. Entre ellos hacían un grupo fuerte del que ella se sentía aislada, separada, sola. Además, sentía que estaba engordando. A veces se quedaba con hambre, ya que los bocadillos del medio día no le saciaban lo suficiente, y hacía excursiones a la cocina cuando nadie la veía para coger galletas con mantequilla, patatas fritas, almendras, o cualquier cosa de picoteo que le ayudara a pasar la tarde. No le gustaba su cuerpo y cada vez era menos feliz. Un día habló con sus padres, se sentía sola, necesitaba ayuda.

Su madre se dio cuenta de lo equivocada que había estado pensando que estas cosas carecían de importancia, y entonces, entre todos, planificaron una vida nueva para Olga. Tenía que compartir el día con su familia, tal y como hacía antes. Sería obligatorio que hiciera las comidas principales con ellos, era el momento en que comentaba las anécdotas del día y compartían sus problemas. El uso del ordenador había que limitarlo y decidieron poner un horario. Y todo cambió, Olga se empezó a sentir mejor, recuperar la confianza en su familia, a compartir sus disgustos y alegrías y empezó a ser feliz. Además comenzó a perder esos kilos que había cogido y que le hacían sentirse tan mal. Comía como el resto de su familia, platos de comida como paellas, lentejas, macarrones o pescado, y por la tarde no sentía hambre, y poco a poco, recuperó su vida de antes, que como comprobó ella misma era mucho mejor.    

Garaulet, M. (2009). “La carrera de fin de curso”. Niños a comer: evita la obesidad del niño y adolescente, 

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